En Occidente, los Omeyas de España ostentaban (al igual que los de Bagdad) con gran pompa el título de Comendador de los Creyentes.
A casi cinco kilómetros de Córdoba, en honor a su sultana favorita, el tercero y más grande de los Abdel-Rahmans (que murió en 961) construyó la ciudad palacio y los jardines de Medina al-Zahara.
El fundador empleó veinticinco años y más de tres millones de libras esterlinas. Su gusto liberal convocó a artistas de Constantinopla, a los escultores y arquitectos más hábiles de la época, y los edificios eran sostenidos o adornados por 1.200 columnas de mármol español, africano, griego e italiano.
El salón de audiencias tenía incrustaciones de oro y perlas, además de un gran estanque en el centro rodeado de costosas y curiosas figuras de pájaros y cuadrúpedos.
Uno de esos estanques y fuentes, tan deliciosos en climas calurosos, estaba en un pabellón elevado de los jardines y era rellenado no con agua sino con el mercurio más puro.
El serrallo de Abdel-Rahman, sus esposas, concubinas y eunucos negros, tenía un total de 6.300 personas; cuando salía al campo lo escoltaba una guardia de 12.000 caballos cuyos cinturones y cimitarras estaban tachonados en oro.
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A mí me conviertes en pecador si impides que te brinde hospitalidad.
Dicho
Caravana de sueños
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